19 de enero de 2013

TARDES DE ESCUELA Y ROMANCE


Quiero recordar y no siempre puedo, no es fácil después de tantos años.
 Quiero escudriñar en mi memoria para recordar los días de escuela y sus tardes de lectura, al final me llegan imágenes un poco difusas pero con la sensación y nostalgia de haber vivido felizmente esas tardes de invierno. Según transcurrían las horas del día la estufa de carbón aportaba a la escuela una agradable temperatura con un  ambiente relajado y apacible. Al contrario que en la mañana donde la tensión que suponía dar la lección o entender los problemas de matemáticas, conseguía mi frustración y desanimo.
 Se leía todas las tardes, mientras unas niñas hacíamos labores, cada tarde había una que le tocaba leer, no puedo asegurar con cual de las dos actividades disfrutaba mas, siempre han sido mis dos mayores aficiones, pero es de suponer que la lectura requería menos esfuerzo y podías meterte en la historia sin el mayor problema. Porque no siempre la que leía sabía pronunciar correctamente, al final nunca te enterabas bien de la narración.
 No se que hubiera dado en aquellos años por llevarme uno de esos libros de cuentos, aunque hubiera sido tan solo un día a mi casa, haberlo repasado una y otra vez hasta cansarme de leerlo.

Unos años después descubriría los romances, aquellos poemas que contaban historias interesantes de manera que las pudiera entender el pueblo y que desde épocas remotas había sido la única forma de recibir noticias de tierras lejanas.

Llegaban como por arte de magia. Un buen día aparecía alguien por las calles recitando o cantando con esa musiquilla pegadiza que evoca el medievo y rápidamente eran seguidos por niños y niñas para hacerle corro y escucharle con atención o comprarle si disponíamos de una perra gorda, o sea -diez céntimos de aquellos años- Estos poemas hablaban de Don Rodrigo el Cid, de moros que tenían princesas cautivas, adulterios o asesinatos contando en cada una de ellas sus penas, alegrías y sus vergüenzas.

Recuerdo entre otros muchos el romance de Las tres cautivas, Rosalinda, La reina mora, pero había uno en particular que nunca olvide. Gerineldo, este romance lo recitaba y cantaba con frecuencia, me llamaba la atención aquel nombre tan raro, y como no, la picaresca de aquella princesa tan descarada que se atrevía a citar a tan arrogante mozo a su alcoba.

       
GERINELDO Y LA INFANTA
GERINELDO Y LA INFANTA

 Gerineldo, Gerineldo,
Gerineldito pulido,

¡quién te pillara esta noche
tres horas a mi albedrío!

 Como soy vuestro criado,
señora, os burláis conmigo.

 No me burlo, Gerineldo,
que de veras te lo digo.

A las diez se acuesta el rey,
a las once está dormido

y a eso de las once y media
pide el rey su vestido.

 Que lo suba Gerineldo
que es mi paje más querido.

Unos dicen: no está en casa;
y otros que no lo habían visto.

El rey, que lo sospechaba,
al cuarto fue dirigido,

con zapatillas de seda
pa que no fuera sentido.

Se los encontró a los dos
como mujer y marido.

"Si mato a mi hija infanta
dejo el palacio perdido

y si mato a Gerineldo
lo he criado desde niño.

Pondré mi espada por medio
pa que sirva de testigo."

A lo frío de la espada
la princesa lo ha sentido:

 ¡Levántate, Gerineldo,
que somos los dos perdidos,

que la espada de mi padre
entre los dos ha dormido!

 ¿Por dónde me iré yo ahora?
¿por dónde me iré, Dios mío?

Me iré por esos jardines
a coger rosas y lirios.

Y el rey, que estaba en acecho,
al encuentro le ha salido.

 ¿Dónde vienes, Gerineldo,
tan triste y descolorido?

 Vengo de vuestro jardín, señor,
de coger rosas y lirios.

 No me niegues, Gerineldo,
que con mi hija has dormido.

Hincó la rodilla en tierra,
de esta manera le dijo:

 Dame la muerte, buen rey,
que yo la culpa he tenido.

 No te mato, Gerineldo,
que te crié desde niño.

Para mañana a las doce
seréis mujer y marido





13 de enero de 2013

LA LLAMADA


No ha sido nada ¡dijo! Solo una pequeña cicatriz que cubrirá la línea del bikini, mañana  saldré del hospital, con una pequeña parte menos de mi cuerpo, pero al fin, era algo que ya no necesitaba.

Mientras contestaba al teléfono miraba por la ventana de su habitación, eran los últimos días de agosto, fuera estaba diluviando y unos truenos ensordecedores retumbaban con fuerza en la plazoleta ajardinada que formaban los distintos pabellones de aquel hospital. En el edificio de en frente por encima de la puerta se podía leer. ONCOLOGIA.

Siguió pegada a los cristales sin quitar ojo de las letras que identificaban aquel pabellón con la palabra que siempre le había tenido tanto terror. ¡Oncología.! ¡Luego, quimioterapia! ¡Que suerte de no estar ahí, pensó! Y pensó también en las personas que estarían pasándolo peor que ella, con verdaderos problemas de salud, luchando y sufriendo largas sesiones de tratamiento. Al fin y al cabo ella solo tenía veintidós puntos que se los quitarían en diez o quince días. Ya le daban de alta al día siguiente. 

 Lo que menos podía esperar era que en los días de convalecencia recibiría una llamada de teléfono que pondría a prueba aquella mujer que tan fuerte se había creído hasta ese momento.

 Hola buenos días, soy la secretaria de doctor López le comunico que tiene una cita  para la semana próxima en el edificio de oncología en la planta baja consulta 6.
¡Perdone respondió, creo que se confunde yo nunca estuve en ese edificio a mi me operaron en maternidad!
 ¡Bien señora, pero se le cita a usted el martes de la semana que viene a las 10 de la mañana en esa consulta!
¿Se lo ruego señorita, me puede decir el motivo por el que mi cita es en la consulta de oncológica?
¡No puedo anticiparle nada más, es la orden que tengo!
¿Por favor se lo pido, no puede dejarme con esta duda toda una semana,  dígame al menos que cuando  analizaron encontraron algo que tienen que comunicarme?
¡Puede que el motivo sea ese, disculpe pero no puedo decirle más!
¡Gracias, iré preparada y con la idea de que no escucharé nada bueno!

Como podía ser que el mismo día que cumplía 50 años le dieran la mala noticia. Aquel día de cumpleaños seria muy distinto a otros años pasados.

 La mañana en aquella sala de espera la hizo reflexionar sobre momentos vividos, había tenido días bajos de ánimo pero jamás  estuvo en una  situación de tanta desgana a pesar de no tener otro dolor que la incertidumbre de lo que pudiera pasar. Observando a todas las personas que se encontraban en la sala se preguntaba. Unos serán enfermos, otros serán sus familiares o  acompañantes, unos son jóvenes, otros mayores, algunos como a ella no se les notaba ningún síntoma de enfermedad, sin embargo había mujeres con gorro o pañuelo que disimulaban las secuelas de tratamientos recibidos, los había con cara de miedo, y la mayoría charlaban animados en voz baja sin que se apreciara en ellos la menor preocupación. Ya se que haré. Tomaré todo esto como otra prueba de fuerza, y como tal no voy a desmoronarme a la primera, resistiré lo que venga y luchare, todavía me queda mucho que hacer. Cambiare mi actitud respecto a la forma de ver la vida, sobre todo valorar mas todo lo que tengo a mi lado, sea bueno regular o incluso a lo menos bueno intentaré sacarle algo positivo. Exprimiré al máximo y con alegría  los días que me encuentre bien y los peores los aceptaré pensando que mañana será otro día mejor.      
  Sumergida en sus pensamientos no escucho la voz que decía su nombre anunciando que podía  pasar a la consulta 6. Fue su compañero quien repetía su nombre una y otra vez para devolverla a la realidad.  


Rafaela.